Beato
Urbano V (Le Pont-de-Montvert, 1310-Aviñón, 19 de diciembre de 1370)
fue el papa n.º 200 de la Iglesia católica de 1362 a 1370 y sexto papa
del pontificado de Aviñón.
Nacido Guillaume de Grimoard, era el
hijo mayor de Guillaume II de Grimoard, señor de Grizac, y Amphélise de
Sabran, señora de Montferrand.1
En 1322 se traslada a
Montpellier para realizar estudios de Derecho canónico y más tarde,
continuaría sus estudios en Derecho civil en Toulouse.2
En 1335,
al finalizar sus estudios, ingresó en la orden benedictina realizando
el noviciado en el monasterio de Chirac donde, tras una estancia en
Marsella, fue ordenado sacerdote.
A continuación, pasó a la
Universidad de Montpellier, donde como profesor se convierte en un
renombrado especialista en Derecho recibiendo el doctorado en 1342.2
En
1349 es nombrado vicario general por el obispo de Clermont. En 1352, el
papa Clemente VI lo pone al frente de la Abadía de San German de
Auxerre donde permanecerá hasta 1361, cuando Inocencio VI lo nombra abad
de San Víctor.2
Diplomático
La
carrera diplomática del futuro Urbano V se inicia en 1352, cuando el
papa Clemente VI le encarga solucionar el conflicto abierto con Giovanni
Visconti quien, como arzobispo de Milán quiso poner a la ciudad de
Bolonia bajo el poder de su familia y que supuso una derrota de los
ejércitos pontificios. La actuación de Guillaume de Grimoard permitió
que la poderosa familia reconociera los derechos de la Iglesia sobre
Bolonia a cambio de que el papa cediera dicha ciudad y pagara un tributo
anual. Posteriormente, ya bajo el papado de Inocencio VI, volvería a
intervenir en una misión análoga, cuando el sobrino de Giovanni, Bernabé
Visconti, inició su política expansionista.
Papado Elección
Tras
la muerte de Inocencio VI, el 22 de septiembre de 1362 se inicia el
cónclave para elegir a su sucesor en la ciudad de Aviñón. En una primera
votación es elegido el cardenal Hugues Roger, hermano de Clemente VI,
quien rechaza el nombramiento.3
Tras una segunda ronda de
votaciones que no logra alcanzar la mayoría de votos necesaria, es
elegido el 28 de septiembre, en la tercera de votación, Guillaume de
Grimoard quien, al no ser cardenal, no participaba en el cónclave.
El
futuro papa es inmediatamente reclamado para que abandonara Nápoles,
donde se encontraba en misión diplomática. Tras una travesía por mar que
le deja en Marsella, llega a Aviñón donde tras ser ordenado obispo es
coronado papa el 6 de noviembre.
Retorno a Roma
El objetivo
principal de su pontificado fue volver a fijar la sede pontificia en la
ciudad de Roma, condición que la Ciudad Eterna había perdido desde que,
en 1309, Clemente V la había fijado en Aviñón.4
Si la Santa Sede
quería salvar la unidad de la Iglesia contra las nacientes herejías, y
frente al pujante nacionalismo de los Estados europeos que estaban
surgiendo, debía retornar a su centro natural e histórico: Roma. La
empresa, en verdad, no era en manera alguna fácil. En la Ciudad Eterna
unos partidarios políticos suplantaban a sus rivales, sin otras miras
que las de saciar su odio irreconciliable y sus egoísmos familiares. Las
ciudades de los Estados pontificios se combatían sin descanso por
idénticos o parecidos motivos.
La situación de caos y desorden
que había provocado el abandono de Roma como sede papal había comenzado a
cambiar con el establecimiento, en 1360, de una nueva constitución
apoyada por la nobleza romana y por una recién creada milicia popular,
la Societas Balestriorum Félix y Pavesotarum.
Todas las naciones
cristianas, menos Francia, querían que el papa regresara a su sede en la
ciudad eterna, entre ellos se encuentran el emperador Carlos IV, quien
viajó en persona a Aviñón en 1365 para pedirle al papa su regreso a
Roma; Petrarca que en 1366 había enviado una carta de petición con el
nombre de la viuda Roma en señal de que su esposo, el papa, se había
marchado y la había dejado sola; y santa Brígida de Suecia quien
continuamente se lamentaba de la situación inaceptable en la que se
encontraba la curia romana.5
A pesar de la negativa del rey de
Francia y de los cardenales franceses, el 16 de octubre de 1367, Urbano V
se puso en camino hacia Roma. En Viterbo lo recibió el cardenal Gil
Álvarez de Albornoz quien desde 1353, actuando como legado papal en
Italia, había conseguido restablecer la soberanía papal sobre los
Estados Pontificios. Sin embargo no pudo acompañarle en su entrada en
Roma dado que falleció en Viterbo el 24 de agosto de 1367. El papa fue
recibido solemnemente por los dos emperadores Carlos IV de occidente y
Juan V Paleólogo de oriente.5
Jefe supremo de la Iglesia
Urbano
se estableció en el Vaticano, pobremente adecentado, que será en
adelante la residencia habitual de los papas; y en seguida comenzó a
desplegar su actividad de reformador y reconstructor de la ciudad.
Paulatinamente las cosas iban tomando nuevo aspecto. Roma volvía de
nuevo a ser, en realidad, el centro del mundo, y de todas partes
confluían a ella huéspedes ilustres.
En 1368 el pontífice romano
reconcilió la Santa Sede con el Sacro Imperio. El emperador Carlos IV
fue coronado en Roma; y en 1369 logró también un acercamiento con el
emperador bizantino Juan V Paleólogo quien, buscando apoyo contra los
turcos que amenazaban Constantinopla, se convirtió al catolicismo en una
ceremonia de abjuración el 18 de octubre. Al menos por un corto período
de tiempo la Iglesia se mostraba unida.6
Expansión misionera
Las
órdenes mendicantes prestaron a Urbano una ayuda eficaz. Después de
haber establecido la jerarquía católica en Bulgaria, en Bosnia, en
Moldavia, el papa envió a Albania cuatro obispos franciscanos con la
misión de recorrer el pequeño Estado y de aumentar el número de los
católicos. Por su mandato, veinticinco frailes menores recorrieron
Valdaquia y Lituania; veinticuatro religiosos de la misma Orden fueron a
Georgia. Pero la misión más famosa de todas las del pontificado de
Urbano V fue la enviada a los mongoles, integrada asimismo por
religiosos franciscanos. Urbano V puede ser considerado, por la labor
misional promovida, como el mejor precursor de la moderna época misional
de la Iglesia.
Regreso a Aviñón
Una sublevación popular en
Viterbo había producido en el papa Urbano una profunda impresión; aparte
de esto, nunca había gozado de seguridad entre la movediza gente
italiana; la nostalgia de su país nativo fue apoderándose poco a poco de
su ánimo. En mayo de 1370 hizo pública en Montefiascone su resolución
de regresar a Aviñón.
En 1367 había muerto Albornoz, lo que
supuso el reinicio de las sublevaciones que el cardenal, durante su
mandato como legado, había suprimido. La pérdida de su colaborador,
unida a la reanudación de las hostilidades entre Francia e Inglaterra,
inmersas en la Guerra de los Cien Años, tras un periodo de paz
conseguido en 1360 con el tratado de Brétigny, y el peligro constante en
el que se hallaba Aviñón por las incursiones de los mercenarios de Luis
de Anjou en la Provenza; determinaron a Urbano V a retornar a Aviñón.7
El
5 de septiembre de 1370 Urbano abandonaba Roma, tras una estancia en la
misma de casi tres años, y volvía a fijar la sede pontificia en Aviñón.
Moriría allí a los dos meses de su llegada, el 19 de diciembre de 1370,
como se lo había pronosticado la monja sueca Santa Brígida.6 Primero
fue enterrado en la catedral de Aviñón y luego sus restos fueron
trasladados a la abadía de San Víctor según su deseo.
Otras obras
Grabado de la antigua tumba del papa Urbano V
Urbano
V es considerado por los contemporáneos como hombre de gran piedad,
ferviente reformador y que tenía gran aprecio por el estudio, de hecho,
es considerado como el primer papa humanista de la historia de la
Iglesia. Durante su pontificado se fundaron las universidades de
Cracovia, Orange y Viena a las que no dudó en acoger bajo su protección;
se fortificó y embelleció la ciudad de Aviñón y durante su estancia en
Roma, dio otra cara a la ciudad, restaurando todas sus basílicas y
algunas edificaciones importantes.6
Beatificación
Retrato póstumo, realizado por Henri Serrur en el siglo xix
Gregorio
XI había aprovechado su estancia en la abadía de San Víctor para
ordenar una investigación sobre la "fama de santidad" de su predecesor.
Durante meses, los notarios papales redactaron miles de certificados que
recogen los milagros atribuidos a Urbano V, trabajo que se interrumpe
en 1379. Curiosamente el proceso se abre nuevamente en 1390 por el
antipapa de Aviñón, Clemente VII, durante el tiempo del gran cisma.8
Luego
de la reunificación de la Iglesia, el proceso de Urbano V, tuvo que
esperar casi cuatro siglos para ser beatificado. Fue el papa Pío IX
quien reconoció su culto el 10 de marzo de 1870.
La tumba de
Urbano V en la abadía de San Víctor de Marsella fue destruida en la
época de la revolución, no se sabe si sus restos fueron esparcidos o
escondidos, hoy solo se pueden apreciar en la pared del coro los restos
de las columnas y un pináculo roto, con una serie de arcos en piedra.
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