
“Acepto
la muerte por el nombre de Jesús y por la Iglesia”. Cuando poco antes
de morir, Tomas Becket pronuncia estas palabras se realiza una parábola
extraordinaria de testimonio cristiano. Aquel que había sido un hombre
de poder, habituado a mandar, muere como siervo de Cristo y mártir a fin
de no renegar de la y de custodiar la libertad de la Iglesia Católica.
Hombre de Estado
Nacido
en Londres en 1.118 de una familia de origen normanda, Tomas desde
joven fue iniciado en la carrera eclesiástica. Formándose en la abadía
de Merton, estudia seguidamente en Francia, en la universidad de Bolonia
y se distingue inmediatamente por sus cualidades intelectuales. En
1.154 se convierte en diácono de de la diócesis de Canterbury y el año
después, el nuevo rey de Inglaterra Enrique II lo nombra canciller del
reino. Tomas es el hombre de más confianza del monarca, vive una vida
agitada y no desdeña los símbolos y los privilegios de poder. Sin
embargo el futuro santo no deja de ser generoso con los pobres y muestra
una libertad interior también frente al soberano del que se convierte
no solo en consejero, sino también en amigo.
Al servicio de la Iglesia
La
conversión en la vida de Tomas Becket sucede en 1.161 cuando acepta
ser el arzobispo de Canterbury. Aquel nombramiento es fuertemente
apoyado por el rey Enrique II que jamás hubiera pensado encontrar un
fuerte adversario en aquel que una vez era su más estrecho colaborador.
Tomas es ahora servidor del Señor que es más grande que el rey de un
Estado terreno. El contraste se acentúa cuando Enrique II quiere limitar
la libertad y la independencia de la Iglesia católica en Inglaterra,
con las Constituciones de Clarendon. A Tomas se le pide firmar la Carta
para limitar las prerrogativas de la Iglesia, pero encuentra un baluarte
insuperable en el nuevo arzobispo de Canterbury. La imposición viene
rechazada con decisión: “En el nombre de dios omnipotente, no pondré mi
sello”. El amigo de un tiempo se transforma así, a los ojos del rey, en
acérrimo enemigo.
Mártir de la fe y de la libertad
Tomas
conocerá la amargura del exilio: después de ser huésped en un monasterio
cisterciense tendrá que repararse en Francia. Aquí permanecerá seis
años lejos de su patria. Cuando regresa a su Canterbury encuentra la
alegre recepción de los fieles, pero una aversión todavía más profunda
de parte de la Corona. Se cuenta que un día Enrique II había exclamado
que alguno lo liberara de aquel obispo incómodo. Una exhortación tomada
de ña carta de cuatro caballeros que partieron de Londres hacia
Canterbury. Tomas Becket fue asesinado bárbaramente a cuchilladas al
interior de su catedral. Era el 29 diciembre 1.170. Si narra que a la
pregunta de los asesinos “¿Dónde está Tomás el traidor?” Respondió:
“Estoy aquí, pero no como traidor, sino como obispo y sacerdote de
Dios”. La conmoción suscitada por este asesinato fue inmensa, más allá
de los confines de Gran Bretaña, tanto que solo tres años después, el 21
febrero de 1.173, el Papa Alejandro III consagra su martirio elevándolo
al honor de los altares.
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