Santo 23 de Abril : San Jorge Mártir y Patrono de los Soldados, Enfermedades de la Piel, Pastores y Jinetes

San Jorge - Mártir († 303)
El
Megalomártir, el Gran Mártir, le llaman los griegos. El defensor de la
Iglesia, el portaestandarte de la fe, el defensor de los perseguidos e
inocentes, el Patrón de los Cruzados y de varias ciudades españolas...
Oración a San Jorge :
¡Dios todopoderoso y eterno! Con fe viva y adorando con reverencia a Tu
divina Majestad, me postro ante Ti e invoco con filial confianza Tu
suprema merced y merced. Ilumina las tinieblas de mi intelecto con un
rayo de Tu luz celestial e inflama mi corazón con el fuego de Tu divino
amor, para que pueda contemplar las grandes virtudes y méritos de San
Jorge y siguiendo su ejemplo imitar, como él, la vida de Tu Hijo divino.
Además, te suplico que concedas bondadosamente, por los méritos e
intercesión de este poderoso Auxiliador, la petición que a través de él
humildemente hago ante Ti, diciendo devotamente: "Hágase tu voluntad en
la tierra como en el cielo". Concédete amablemente oírlo, si redunda en
tu mayor gloria y en la salvación de mi alma. Amén.
Todo esto es el glorioso mártir que hoy celebramos.
Poco
es lo que los críticos historiadores nos narran de él. Bastante más
ricas han sido las leyendas qué nos cuentan maravillas y milagros de su
recia personalidad, desenmascarando al emperador y defendiendo a la
joven inocente del terrible dragón que asolaba la ciudad.
Recorriendo
los museos de Oriente y Países eslavos, queda el turista maravillado al
contemplar cómo San Jorge ha sido uno de los temas, por no decir el
tema, más llevado a los lienzos de aquellos países, lo que indica el
fervor popular que siempre han sentido hacia él.
Parece que nació
en Palestina, en la ciudad de Lidda o en Mitilene, allá por el año 280.
Sus padres parece eran fervorosos cristianos y emparentados con la alta
aristocracia del país. Era un joven bien plantado: alto, elegante,
fuerte, simpático... Abrazó la carrera más noble de aquellos tiempos, la
militar. El esperaba llegar a ser un ilustre militar bajo las órdenes
de los emperadores romanos. Todo le sonreía. Hasta que un día... allá en
los inicios del siglo IV llegó a Nicomedia el terriblemente duro
emperador Diocleciano con la satánica idea de hacer desaparecer a la
secta de los cristianos que se extendía de día en día por todo el vasto
imperio. Dictó leyes terriblemente duras contra los seguidores de Jesús
de Nazaret. El último edicto del emperador ordenaba que, porque habían
llegado noticias de que hasta en los cargos más delicados del imperio se
habían introducido seguidores de esta secta, había que acabar con
ellos. Serían arrojados todos los militares, dignidades y cargos
administrativos de cualquier clase que fueren si se podía probar que
eran cristianos. Cuantos tuvieran conocimiento de alguno de estos
cristianos tenía grave obligación de delatarlo. Este edicto se expuso en
calles y plazas...
Los historiadores de la época nos refieren
que un apuesto soldado en medio de la plaza de la ciudad de Nicomedia
arrancó con furia el edicto y, delante de todos los presentes, lo hizo
añicos despreciando así la orden del emperador.
Pronto llegó a
los oídos de Diocleciano el hecho de este apuesto tribuno llamado Jorge.
El emperador convocó a los grandes del reino y les expuso con severas
palabras que había que llevar a la práctica y con la más rigurosa
observancia lo establecido en este decreto. Cuando le tocó el orden de
hablar a Jorge se dirigió con valentía al emperador, y le dijo: «Señor,
ni he cumplido ni espero cumplir de ahora en adelante cuanto habéis
ordenado por juzgarlo altamente injusto. ¿Por qué abusáis de los pobres y
de las vírgenes? ¿Por qué, si hay libertad para adorar a dioses falsos,
no debe haberla para adorar al único Dios verdadero?...».
El
emperador quedó de piedra. No podía imaginarse cómo se atrevía a
hablarle de modo tan enérgico y descarado a él que era el Emperador... Y
le dijo: - «¿Te das cuenta, tribuno Jorge, lo que dices? ¿ Sabes que
puedo darte la muerte o por lo menos privarte de cuanto tienes?» - «No
me importa nada todo esto. Mi vida es de Cristo, mi Dios y Señor, y Él
me ayudará... hasta que llegue a poseerle en el cielo a donde espero
ir...» El emperador dictó que le atormentasen con toda clase de los más
refinados instrumentos para hacerle claudicar de su fe. Pero por más que
le hicieron sufrir, la fe crecía y el valor aumentaba en el tribuno
Jorge, siendo la admiración de cuantos le contemplaban... Por fin viendo
que ninguno de aquellos tormentos acababan con él, descargó el verdugo
el golpe de gracia cortando su cabeza de un hachazo. Jorge será el
Patrón de los militares valientes y de cuantos luchen por defender la
fe. Era por el 303 cuando recibió la palma del martirio.
Fuente: Sanctoral
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