Santa Misa Online - Lecturas y Video Viernes de Pascua 25 de Abril 2025 - #Eucaristía en Tu Iglesia Virtual
Viernes de la octava de Pascua
Acto de Comunión Espiritual por San Alfonso María de Ligorio
Creo, Jesús mío, que estás real y verdaderamente en el cielo y en el
Santísimo Sacramento del Altar. Os amo sobre todas las cosas y deseo
vivamente recibirte dentro de mi alma, pero no pudiendo hacerlo ahora
sacramentalmente, venid al menos espiritualmente a mi corazón. Y como si
ya os hubiese recibido, os abrazo y me uno del todo a Ti. Señor, no
permitas que jamás me aparte de Ti. Amén.
Lectionary: 265
Primera lectura
Hch 4, 1-12
En
aquellos días, mientras Pedro y Juan hablaban al pueblo, se presentaron
los sacerdotes, el jefe de la guardia del templo y los saduceos,
indignados porque los apóstoles enseñaban al pueblo y anunciaban la
resurrección de los muertos por el poder de Jesús. Los aprehendieron, y
como ya era tarde, los encerraron en la cárcel hasta el día siguiente.
Pero ya muchos de los que habían escuchado sus palabras, unos cinco mil
hombres, habían abrazado la fe.
Al
día siguiente, se reunieron en Jerusalén los jefes del pueblo, los
ancianos y los escribas, el sumo sacerdote Anás, Caifás, Juan, Alejandro
y cuantos pertenecían a las familias de los sumos sacerdotes. Hicieron
comparecer ante ellos a Pedro y a Juan y les preguntaron: “¿Con qué
poder o en nombre de quién han hecho todo esto?”
Pedro, lleno del
Espíritu Santo, dijo: “Jefes del pueblo y ancianos, puesto que hoy se
nos interroga acerca del beneficio hecho a un hombre enfermo, para saber
cómo fue curado, sépanlo ustedes y sépalo todo el pueblo de Israel:
este hombre ha quedado sano en el nombre de Jesús de Nazaret, a quien
ustedes crucificaron y a quien Dios resucitó de entre los muertos. Este
mismo Jesús es la piedra que ustedes, los constructores, han desechado y
que ahora es la piedra angular. Ningún otro puede salvarnos, porque no
hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros
debamos salvarnos”.
Salmo Responsorial
Salmo 117, 1-2 y 4. 22-24. 25-27a
R. (22) La piedra que desecharon los constructores
es ahora la piedra angular. Aleluya.
Te damos gracias, Señor, porque eres bueno,
porque tu misericordia es eterna.
Diga la casa de Israel:
“Su misericordia es eterna”.
Digan los que temen al Señor:
“Su misericordia es eterna”.
R. La piedra que desecharon los constructores
es ahora la piedra angular. Aleluya.
La piedra que desecharon los constructores,
es ahora la piedra angular.
Esto es obra de la mano del Señor,
es un milagro patente.
Este es el día del triunfo del Señor:
día de júbilo y de gozo.
R. La piedra que desecharon los constructores
es ahora la piedra angular. Aleluya.
Libéranos, Señor, y danos tu victoria.
Bendito el que viene en el nombre del Señor.
Que Dios desde su templo nos bendiga.
Que el Señor, nuestro Dios, nos ilumine.
R. La piedra que desecharon los constructores
es ahora la piedra angular. Aleluya.
Secuencia -- opcional
Victimae paschali laudes
Ofrezcan los cristianos
ofrendas de alabanza
a gloria de la Víctima
propicia de la Pascua.
Cordero sin pecado,
que a las ovejas salva,
a Dios y a los culpables
unió con nueva alianza.
Lucharon vida y muerte
en singular batalla,
y, muerto el que es la vida,
triunfante se levanta.
“¿Qué has visto de camino,
María, en la mañana?’’
“A mi Señor glorioso,
la tumba abandonada,
los ángeles testigos,
sudarios y mortaja.
¡Resucitó de veras
mi amor y mi esperanza!
Vengan a Galilea,
allí el Señor aguarda;
allí verán los suyos
la gloria de la Pascua’’.
Primicia de los muertos,
sabemos por tu gracia
que estás resucitado;
la muerte en ti no manda.
Rey vencedor, apiádate
de la miseria humana
y da a tus fieles parte
en tu victoria santa.
Aclamación antes del Evangelio
Sal 117, 24
R. Aleluya, aleluya.
Éste es el día del triunfo del Señor,
día de júbilo y de gozo.
R. Aleluya.
Evangelio
Jn 21, 1-14
En
aquel tiempo, Jesús se les apareció otra vez a los discípulos junto al
lago de Tiberíades. Se les apareció de esta manera: Estaban juntos Simón
Pedro, Tomás (llamado el Gemelo), Natanael (el de Caná de Galilea), los
hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: “Voy a
pescar”. Ellos le respondieron: “También nosotros vamos contigo”.
Salieron y se embarcaron, pero aquella noche no pescaron nada.
Estaba
amaneciendo, cuando Jesús se apareció en la orilla, pero los discípulos
no lo reconocieron. Jesús les dijo: “Muchachos, ¿han pescado algo?”
Ellos contestaron: “No”. Entonces él les dijo: “Echen la red a la
derecha de la barca y encontrarán peces”. Así lo hicieron, y luego ya no
podían jalar la red por tantos pescados.
Entonces el discípulo a
quien amaba Jesús le dijo a Pedro: “Es el Señor”. Tan pronto como Simón
Pedro oyó decir que era el Señor, se anudó a la cintura la túnica, pues
se la había quitado, y se tiró al agua. Los otros discípulos llegaron
en la barca, arrastrando la red con los pescados, pues no distaban de
tierra más de cien metros.
Tan pronto como saltaron a tierra,
vieron unas brasas y sobre ellas un pescado y pan. Jesús les dijo:
“Traigan algunos pescados de los que acaban de pescar”. Entonces Simón
Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red, repleta de
pescados grandes. Eran ciento cincuenta y tres, y a pesar de que eran
tantos, no se rompió la red. Luego les dijo Jesús: “Vengan a almorzar”. Y
ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: ‘¿Quién eres?’,
porque ya sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo
dio y también el pescado.
Ésta fue la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos después de resucitar de entre los muertos.
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