Santo 14 de Marzo : Santa Matilde Reina y Madre de Otón el Grande que Edificó Muchas Iglesias - Patrona de la Muerte de Niños, Reinas, Viudas
Santa Matilde - Emperatriz - († 968)
Santa
Matilde era hija de los condes Teodorico y Reinhilda. Su padre la había
colocado desde niña en la abadía de Herford, para que se formase en el
temor de Dios y en todos los conocimientos propios de una doncella de la
buena sociedad. Allí adquirió una buena educación y cultura.
Oración
a Santa Matilde (Patrona de los que se desilusionan con sus hijos,
reinas, viudas, acusados falsamente y muerte de hijos)
OH DIOS,
por cuya gracia la bienaventurada Matilde, encendida con el fuego de tu
amor, se convirtió en una luz ardiente y brillante en tu Iglesia:
Concede que seamos inflamados con el mismo espíritu de disciplina y
amor, y caminemos siempre delante de ti como niños de luz; través de
Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Enrique «el Pajarero», duque
de Sajonia, tan buen cristiano como buen cazador, era un príncipe
ambicioso, con ansias de crear un reino y encontrar una princesa digna
de él. Un caballero suyo entró un día en la iglesia de la abadía, y
entre las monjas que cantaban vio una doncella cuya hermosura le
deslumbró. Estaba arrodillada, el rostro bañado en luz ultraterrena, muy
modesta, con el salterio en la mano y absorta en la oración. «Brillaba,
dice puntualmente el cronista, con el fulgor nevado de las azucenas, y
al mismo tiempo tenía el color encendido de las más puras rosas».
El caballero contó al duque su descubrimiento, afirmando que en todo el mundo no había tan bella y tan linda mujer.
El
duque se vistió de sus mejores galas y se presentó ante la venerable
abadesa, abuela paterna de Matilde, para que le hablase de la hermosa
doncella, de su virtud, de su linaje, de sus cualidades. La abadesa dio
cumplida satisfacción a sus deseos.
Enrique quedó arrrebatado
ante la modestia y belleza de Matilde. Pero la belleza fue en ella lo de
menos, con ser tan excelsa. A través de aquellos encantos, que al
principio deslumbraron sus ojos, vio Enrique en su alma el tesoro de la
virtud más abnegada y de la más alta prudencia.
Se celebraron
solemnemente los esponsales. Por ellos se convirtió Matilde, primero en
duquesa de Sajonia, luego en reina y emperatriz de Germanía, y madre de
Otón I el Grande, restaurador del Imperio Romano.
Los hombres
pueden hacer mal uso de la belleza. Pero Dios es la suprema Belleza, y
puede servirse de ella para sus altos designios. Enrique se sintió
atraído por la belleza de Matilde, y la virtuosa y bella Matilde tuvo
sobre Enrique una influencia bienhechora.
Ella fue su mejor guía y
consejero. En sus victorias, Matilde ponía el contrapeso de su dulzura y
moderación; en sus pesares, ella le daba ánimos para seguir adelante.
La joven princesa perfumaba toda la corte con sus virtudes y su dulzura
inefable. Dedicaba mucho tiempo a la oración y su mayor consuelo era
socorrer a los pobres, que la llamaban madre.
Matilde y Enrique
eran un solo corazón. «En ambos, dice el biógrafo, reinaba el mismo amor
a Cristo, una misma unión para el bien, una voluntad igual para la
virtud, la misma compasión para los súbditos y el mismo afecto
entrañable para todos. Los dos merecieron las alabanzas del pueblo».
El
Sacro Imperio Romano Germánico tuvo la suerte de tener en su cuna el
hálito santo de esta mujer dulce y fuerte. Matilde formó el corazón de
Otón, el hombre de la Providencia, y puso en él semillas de fe, de
fortaleza, de piedad y de amor a la Iglesia de Cristo y a sus súbditos.
La rivalidad y algún recelo de sus hijos le hizo sufrir, pero se arregló
bien.
Un día el Papa llamó a Otón a Roma, puso en sus sienes la
corona de Carlomagno y lo nombró emperador de Occidente. Matilde,
cumplida su misión, volvió a la abadía, y con un breviario sobre sus
rodillas, cantaba los salmos de David, lo mismo que en los años añorados
de su juventud.
Volvía a ser dichosa otra vez en su querida
abadía, y entre salmos e incienso, los ángeles se la llevaban al paraíso
mientras entonaban el Gloria. Era el 14 de marzo del año del Señor 968,
Sábado de Gloria.<p> </p>Santa Matilde
Emperatriz
(† 968)
Santa
Matilde era hija de los condes Teodorico y Reinhilda. Su padre la había
colocado desde niña en la abadía de Herford, para que se formase en el
temor de Dios y en todos los conocimientos propios de una doncella de la
buena sociedad. Allí adquirió una buena educación y cultura.
Enrique
«el Pajarero», duque de Sajonia, tan buen cristiano como buen cazador,
era un príncipe ambicioso, con ansias de crear un reino y encontrar una
princesa digna de él. Un caballero suyo entró un día en la iglesia de la
abadía, y entre las monjas que cantaban vio una doncella cuya hermosura
le deslumbró. Estaba arrodillada, el rostro bañado en luz ultraterrena,
muy modesta, con el salterio en la mano y absorta en la oración.
«Brillaba, dice puntualmente el cronista, con el fulgor nevado de las
azucenas, y al mismo tiempo tenía el color encendido de las más puras
rosas».
El caballero contó al duque su descubrimiento, afirmando
que en todo el mundo no había tan bella y tan linda mujer. El duque se
vistió de sus mejores galas y se presentó ante la venerable abadesa,
abuela paterna de Matilde, para que le hablase de la hermosa doncella,
de su virtud, de su linaje, de sus cualidades. La abadesa dio cumplida
satisfacción a sus deseos.
Enrique quedó arrrebatado ante la
modestia y belleza de Matilde. Pero la belleza fue en ella lo de menos,
con ser tan excelsa. A través de aquellos encantos, que al principio
deslumbraron sus ojos, vio Enrique en su alma el tesoro de la virtud más
abnegada y de la más alta prudencia.
Se celebraron solemnemente
los esponsales. Por ellos se convirtió Matilde, primero en duquesa de
Sajonia, luego en reina y emperatriz de Germanía, y madre de Otón I el
Grande, restaurador del Imperio Romano.
Los hombres pueden hacer
mal uso de la belleza. Pero Dios es la suprema Belleza, y puede servirse
de ella para sus altos designios. Enrique se sintió atraído por la
belleza de Matilde, y la virtuosa y bella Matilde tuvo sobre Enrique una
influencia bienhechora.
Ella fue su mejor guía y consejero. En
sus victorias, Matilde ponía el contrapeso de su dulzura y moderación;
en sus pesares, ella le daba ánimos para seguir adelante. La joven
princesa perfumaba toda la corte con sus virtudes y su dulzura inefable.
Dedicaba mucho tiempo a la oración y su mayor consuelo era socorrer a
los pobres, que la llamaban madre.
Matilde y Enrique eran un solo
corazón. «En ambos, dice el biógrafo, reinaba el mismo amor a Cristo,
una misma unión para el bien, una voluntad igual para la virtud, la
misma compasión para los súbditos y el mismo afecto entrañable para
todos. Los dos merecieron las alabanzas del pueblo».
El Sacro
Imperio Romano Germánico tuvo la suerte de tener en su cuna el hálito
santo de esta mujer dulce y fuerte. Matilde formó el corazón de Otón, el
hombre de la Providencia, y puso en él semillas de fe, de fortaleza, de
piedad y de amor a la Iglesia de Cristo y a sus súbditos. La rivalidad y
algún recelo de sus hijos le hizo sufrir, pero se arregló bien.
Un
día el Papa llamó a Otón a Roma, puso en sus sienes la corona de
Carlomagno y lo nombró emperador de Occidente. Matilde, cumplida su
misión, volvió a la abadía, y con un breviario sobre sus rodillas,
cantaba los salmos de David, lo mismo que en los años añorados de su
juventud.
Volvía a ser dichosa otra vez en su querida abadía, y
entre salmos e incienso, los ángeles se la llevaban al paraíso mientras
entonaban el Gloria. Era el 14 de marzo del año del Señor 968, Sábado de
Gloria.
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