El Papa Francisco en la Misa de Clausura del Sínodo Afirma: “…una Iglesia misionera que camina con el Señor por los vias del mundo”. TEXTO COMPLETO Homilía + Vídeo

CONCLUSIÓN DE LA ASAMBLEA GENERAL ORDINARIA DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS
SANTA MISA - CAPILLA PAPAL
HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Basílica de San Pedro
XXX domingo del tiempo ordinario, 27 de octubre de 2024
Hoy, al concluir la Asamblea General del Sínodo de los Obispos,
llevando en el corazón mucha gratitud por lo que hemos podido compartir,
detengámonos en lo que le sucede a este hombre: al principio, estaba
mendigando «sentado junto al camino» (Mc 10,46), mientras que al final, tras ser llamado por Jesús y recuperar la vista, «lo siguió por el camino» (v. 52).
La primera cosa que el Evangelio nos dice sobre Bartimeo es esta: está sentado mendigando.
Su postura es la típica de una persona encerrada en su propio dolor,
sentada al borde del camino como si no le quedara nada más que esperar
recibir algo de los muchos peregrinos que pasaban por la ciudad de
Jericó con motivo de la Pascua. Pero, como sabemos, para vivir de verdad
no podemos permanecer sentados: vivir es siempre ponerse en movimiento,
caminar, soñar, hacer proyectos, abrirse al futuro. Entonces, el ciego
Bartimeo representa también aquella ceguera interior que nos bloquea,
que nos hace quedarnos sentados, inmóviles al margen de la vida, sin
esperanza.
Y esto nos puede llevar a pensar, no sólo sobre nuestra vida
personal, sino también sobre nuestro ser Iglesia del Señor. A lo largo
del camino, muchas cosas pueden volvernos ciegos, incapaces de reconocer
la presencia del Señor, incapaces de afrontar los desafíos de la
realidad y, a veces, inadecuados para saber responder a los muchos
interrogantes que nos interpelan, como hace Bartimeo con Jesús. No
obstante, frente a las preguntas de las mujeres y los hombres de hoy, a
los retos de nuestro tiempo, a las urgencias de la evangelización y a
tantas heridas que afligen a la humanidad, hermanas y hermanos, no podemos quedarnos sentados.
Una Iglesia sentada que, casi sin darse cuenta, se retira de la vida y
se pone a sí misma a los márgenes de la realidad, es una Iglesia que
corre el riesgo de permanecer en la ceguera y acomodarse en el propio
malestar. Y si nos mantenemos inmóviles en nuestra ceguera, seguiremos
sin ver nuestras urgencias pastorales y tantos problemas del mundo en el
que vivimos. Por favor, pidamos al Señor que nos de al Espíritu Santo,
para no permanecer sentados en nuestra ceguera; ceguera que podríamos
llamar mundanidad, que podríamos llamar comodidad, que podríamos llamar
corazón cerrado. No nos quedemos sentados en nuestras cegueras.
En cambio, recordemos que el Señor pasa, el Señor pasa todos los
días, el Señor pasa siempre y se detiene para hacerse cargo de nuestra
ceguera. Y yo, ¿lo siento pasar?, ¿tengo la capacidad de escuchar los
pasos del Señor?, ¿tengo la capacidad de discernir cuando pasa el Señor?
Y sería hermoso si el Sínodo nos impulsara a ser Iglesia como Bartimeo;
es decir, la comunidad de los discípulos que, oyendo al Señor que pasa,
percibe la conmoción de la salvación, se deja despertar por la fuerza
del Evangelio y comienza a clamar a Él. Y lo hace recogiendo el grito de
todas las mujeres y de todos los hombres de la tierra: el grito de
aquellos que desean descubrir la alegría del Evangelio y de aquellos
que, en cambio, se han alejado; el grito silencioso de quienes son
indiferentes; el grito de los que sufren, de los pobres y de los
marginados, de los niños que son esclavos del trabajo, esclavizados en
tantas partes del mundo a causa del trabajo; la voz quebrada —escuchar
esa voz quebrada— de quienes no tienen ni siquiera la fuerza de clamar a
Dios, porque no tienen voz o porque se han resignado. No necesitamos
una Iglesia paralizada e indiferente, sino una Iglesia que recoge el
grito del mundo y —quiero decirlo, quizá alguno se escandalice— una
Iglesia que se ensucia las manos para servir al Señor.
Pasamos, así, al segundo aspecto: si al principio Bartimeo estaba sentado, vemos, en cambio, que al final lo sigue por el camino.
Esta es una expresión típica del Evangelio cuyo significado es que se
convirtió en su discípulo, comenzó a seguirlo. Después de haber gritado
hacia Él, Jesús se detuvo y lo hizo llamar. Y Bartimeo, de sentado por
tierra como estaba, se puso de pie de un salto y, en seguida, recobró la
vista. Ahora él puede ver al Señor, puede reconocer la obra de Dios en
su propia vida y, finalmente, puede seguirlo. Así, también nosotros,
hermanos y hermanas: cuando estemos sentados y acomodados, cuando como
Iglesia no encontremos las fuerzas, la parresia, el valor y la audacia
necesarias para levantarnos y retomar el camino, por favor, recordémonos
de regresar siempre al Señor, regresar al Evangelio. Regresar al Señor,
regresar al Evangelio. Siempre y de nuevo, mientras Él pasa, debemos
ponernos a la escucha de su llamada, que nos vuelve a poner de pie y nos
hace salir de nuestra ceguera. Y, a continuación, volver nuevamente a
seguirlo, a caminar con Él a lo largo del camino.
Quisiera repetirlo: el Evangelio nos dice que Bartimeo «lo siguió por
el camino». Esta es una imagen de la Iglesia sinodal: el Señor nos
llama, nos levanta cuando estamos sentados por tierra o caídos, nos hace
recobrar una vista nueva, para que, a la luz del Evangelio, podamos ver
las inquietudes y los sufrimientos del mundo; y de este modo, puestos
en pie por el Señor, experimentemos la alegría de seguirlo por el
camino. Al Señor se le sigue por el camino, no se le sigue desde la
cerrazón de nuestras comodidades, no se le sigue desde el laberinto de
nuestras ideas, se le sigue por el camino. Y recordémoslo siempre: no
caminar por nuestra propia cuenta o según los criterios del mundo, sino
caminar por el camino, juntos, detrás de Él y caminar con Él.
Hermanos, hermanas: no una Iglesia sentada, una Iglesia en pie. No
una Iglesia muda, una Iglesia que recoge el grito de la humanidad. No
una Iglesia ciega, sino una Iglesia iluminada por Cristo, que lleva la
luz del Evangelio a los demás. No una Iglesia estática, una Iglesia
misionera, que camina con el Señor por las vías del mundo.
Y hoy, mientras damos gracias al Señor por el camino recorrido
juntos, podremos admirar y venerar la reliquia de la antigua Cátedra de
san Pedro, meticulosamente restaurada. Contemplándola con el asombro de
la fe, recordemos que esta es la cátedra del amor, es la cátedra de la
unidad, es la cátedra de la misericordia, según aquella orden que Jesús
le dio al apóstol Pedro, no de dominar a los demás, sino de servirlos en
la caridad. Y mirando el majestuoso baldaquino de Bernini más
resplandeciente que nunca, descubramos que este encuadra el verdadero
punto focal de toda la Basílica, es decir, la gloria del Espíritu Santo.
Esta es la Iglesia sinodal: una comunidad cuyo primado está en el don
del Espíritu, que nos hace a todos hermanos en Cristo y nos eleva hacia
Él.
Hermanas y hermanos, continuemos con confianza nuestro camino juntos.
También hoy la Palabra de Dios nos repite, como a Bartimeo, «¡Ánimo,
levántate! Él te llama» (v. 49). ¿Yo me siento llamado? Esta es la
pregunta que nos debemos hacer, ¿yo me siento llamado? Si me siento
débil y no me puedo levantar, ¿pido ayuda? Por favor, dejemos a un lado
el manto de la resignación y entreguemos al Señor nuestras cegueras.
Levantémonos y llevemos la alegría del Evangelio, llevémosla por las
calles del mundo.
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