San Juan Crisóstomo - Obispo y doctor de la Iglesia - (344-407)
San Juan Crisóstomo nació en Antioquía el año 344. Su Padre, Segundo,
era un guerrero belicoso. Su madre, es la mujer fuerte de la Biblia.
Pronto muere su marido, y ella es la encargada de la educación del hijo.
A
los veinte años ya sobresalía como orador y le comparaban con
demóstenes. Juan acudió al obispo de Antioquía y pidió el bautismo.
Después deseó imitar a los anacoretas y pensó retirarse al desierto de
Sira.
Un día su gran amigo Basilio le visitó y le comunicó que
querían hacerles obispos. Ellos se oponían. Llegado al día de la
consagración. sólo encontraron a Basilio. Juan había huido al desierto.
Allí
escribió diálogo sobre el sacerdocio. Distribuía su tiempo entre el
estudio y la oración. Pero su voz, sublime no podía apagarse en el
desierto. El patriarca Flaviano lo reclamó y volvió a la ciudad.
Sacerdote
y ayudante de su obispo, se entrega al ministerio de la palabra, y se
convierte en Juan Crisóstomo, el de la boca de oro. Predica a todas
horas, ataca los vicios, exhorta, aconseja, deslumbra con su palabra.
Sus
veinte discursos sobre las estatuas los publicó en un momento delicado.
El pueblo se amotinó contra el emperador Teodosio. Teodosio pensaba
castigarles duramente. El Crisóstomo serenó los ánimos.
Predicaba
a toda horas. Pero no se contentaba con el entusiasmo pasajero de los
oyentes. Quería ver el fruto, las obras. No admitía una respuesta sólo
de palabras. No basta, dice, adornar el templo. ¿Qué te dirá Dios si no
te has preocupado de atender a tu hermano?
El año 397 es
nombrado patriarca de Constantinopla. Seguirá predicando contra las
injusticias de la corte y de los poderosos, lo mismo ahora en el Bósforo
que antes en el Orontes. Los vicios se encontraban con la protesta de
su palabra, como un día harán Hildebrando y Tomás Becket.
Ante
la debilidad del emperador Arcadio, se alzaba con todo el poder el
ambicioso Eutropio, convertido en cónsul. El que se le oponía era
eliminado, como el cónsul Primasio y su hijo. Quiso eliminar también a
la viuda, que invocó el derecho de asilo en la iglesia. Eutropio la
reclamó, pero se encontró frente a frente con el patriarca y tuvo que
retroceder.
Cambiaron las cosas. El que había abolido el derecho
de asilo cayó en desgracia. La multitud quería asesinarlo. Acude al
derecho de asilo. Y ahora es Juan el que sale en su defensa, les calma y
consigue el perdón.
La corte tornadiza, que tanto debía al
Crisóstomo, ahora se vuelve contra él, por dar gusto a los resentidos y
por agradar al patriarca de Alejandría, rival de Constantinopla. Juan no
se asusta. No me importa la muerte, grita. Mi vida es Cristo y una
ganancia el morir.
Fue desterrado. Un temblor de tierra asustó a
la supersticiosa emperatriz Eudosia, considerado como un signo de la
cólera divina. Le llaman y vuelve. El Bósforo se iluminó para recibirle.
Juan se pone en manos de Dios.
Otra vez es desterrado a la
frontera de Armenia, por censurar los lujos y frivolidad de la
emperatriz. Sigue predicando en el destierro. Mantiene correspondencia
con todas las Iglesias del orbe. Al Papa Inocencio I le dice que su
afecto hacia él le consuela de todos los sufrimientos.
Cuando
iba a ser trasladado a la costa oriental del Mar Negro, al pie del
Cáucaso, al llegar a una ermita del pueblo de Comano, enfermó y agotado
expiró. Ha sido llamado el teológo de la Eucaristía y el mejor
intérprete de San Pablo. Sus restos reposaron en Constantinopla.
Actualmente se hallan en Roma, en la basílica de San Pedro del
Vaticano.
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