Santo 22 Enero : San Vicente Diácono y Mártir († 304) Nada Puede quebrantar la Fortaleza del Mártir que, Recordando a su paisano San Lorenzo
San Vicente - Diácono y mártir - († 304)
Vicente,
el Victorioso, es uno de los tres grandes diáconos que dieron su vida
por Cristo. Junto con Lorenzo y Esteban - Corona, Laurel y Victoria -
forma el más insigne triunvirato. Cubierto con la dalmática sagrada,
ostenta entre sus manos la palma inmarcesible de los mártires invictos.
Este
mártir celebérrimo en toda la Cristiandad, encontró su panegirista en
San Agustín, San León Magno y San Ambrosio. Y tuvo su cantor en su
compatriota Prudencio, que dedicó el himno V de su Peristephanon al
«levita de la tribu sagrada, insigne columna del templo místico».
Vicente
descendía de una familia consular de Huesca, y su madre, según algunos,
era hermana del mártir San Lorenzo. Estudió la carrera eclesiástica en
Zaragoza, al lado del obispo Valero. «Nuestro Vicente», cantará
Prudencio, vindicando esta gloria para Zaragoza, la ciudad de España que
tuvo más mártires. San Valero, que tenía poca facilidad de expresión,
le nombró Arcediano o primer Diácono, para suplirle en la sagrada
cátedra.
Estamos a principios del siglo IV, en la décima y más
cruel persecución contra la Iglesia, decretada por Diocleciano y
aplicada en España por Daciano. Las cárceles, que estaban reservadas
antes para los delincuentes comunes, pronto se llenaron de obispos,
presbíteros y diáconos, escribe Eusebio de Cesarea. Era la táctica
seguida fielmente por Daciano.
Al
pasar Daciano por Barcelona, sacrifica a San Cucufate y a la niña Santa
Eulalia. Cuando llega a Zaragoza, manda detener al obispo y a su
diácono, Valero y Vicente, y trasladarlos a Valencia. Allí se celebró el
primer interrogatorio. Vicente responde por los dos, intrépido y con
palabra ardiente. Daciano se irrita, manda al destierro a Valero, y
Vicente es sometido a la tortura del potro. Su cuerpo es desgarrado con
uñas metálicas.
Mientras lo torturaban, el juez intimaba al
mártir a la abjuración. Vicente rechazaba indignado tales ofrecimientos.
El poeta de «Las Coronas» pone en boca del mártir palabras de sublime
ánimo cristiano: «Te engañas, hombre cruel, si crees afligirme al
destrozar mi cuerpo. Hay alguien dentro de mí que nadie puede violar: un
ser libre, sereno. Tú intentas destruir un vaso de arcilla, destinado a
romperse, pero en vano te esforzarás por tocar lo que está dentro, que
sólo está sujeto a Dios».
Daciano, desconcertado y humillado ante
aquella actitud, le ofrece el perdón si le entrega los libros sagrados.
Pero la valentía del mártir es inexpugnable. Exasperado de nuevo el
Prefecto, mandó aplicarle el supremo tormento, colocarlo sobre un lecho
de hierro incandescente. Nada puede quebrantar la fortaleza del mártir
que, recordando a su paisano San Lorenzo, sufre el tormento sin quejarse
y bromeando entre las llamas.
Lo arrojan entonces a un calabozo
siniestro, oscuro y fétido «un lugar más negro que las mismas
tinieblas», dice Prudencio. Luego presenta el poeta un coro de ángeles
que vienen a consolar al mártir. Iluminan el antro horrible, cubren el
suelo de flores, y alegran las tinieblas con sus armonías. Hasta el
carcelero, conmovido, se convierte y confiesa a Cristo.
Daciano
manda curar al mártir para someterlo de nuevo a los tormentos. Los
cristianos se aprestan a curarlo. Pero apenas colocado en mullido lecho,
queda defraudado el tirano, pues el espíritu vencedor de Vicente vuela
al paraíso. Era el mes de enero del 304. Ordena Daciano mutilar el
cuerpo y arrojarlo al mar. Pero más piadosas las olas, lo devuelven a
tierra para proclamar ante el mundo el triunfo de Vicente el Invicto. Su
culto se extendió mucho por toda la cristiandad.
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